Monday, November 17, 2008

Comentario a “Del amur y la verité en la enseñanza,” de Ana María Fernández: ¿Preocuparse menos de que todo encaje de un modo temperado?

Ofelia Ros (University of Michigan)

Una de los requisitos de la escritura académica es la investigación exhaustiva del tema, mediante la cual se desarrolla el argumento y se justifica la idea central del ensayo. Asimismo, es aconsejable que la idea central se articule de alguna manera con el contexto socio histórico del texto literario, cinematográfico o cultural que aborda, y de ser necesario informe cómo se posiciona el autor del mismo en este contexto. Estos requisitos del trabajo intelectual, particularmente refiriéndome a los estudios latinoamericanistas en la academia norteamericana, se constituyen y a su vez constituyen la tendencia tan humana a que todo encaje temperadamente. ¿Cómo influye la normativa de estos requisitos en el momento de enseñar, de transmitir nuestra producción intelectual a nuestros estudiantes?

El trabajo de Fernández suscita una irrupción en nuestra forma de pensarnos en relación a nuestra práctica educativa –gran parte de nuestra labor académica. Las palabras espiritualidad, amor y verdad, marcan un exceso entorno a los requisitos académicos para la producción intelectual. Refiriendo a Foucault Fernández articula la espiritualidad con la búsqueda, las prácticas, las experiencias por medio de las cuales el sujeto se modifica para tener acceso a la verdad. Se trata de pasar por otro para producir una verdadera conversión, del estado de no-sujeto al de sujeto. Esta relación con otro fundada en el deseo de saber nos introduce en el terreno del amor. “No hay originariamente ninguna separación infranqueable entre amar y enseñar.” Citando a Lacan, Fernández sostiene que “El amante va a buscar en el amado algo que darle, ambos convergerán en el punto de encuentro del discurso, se trata de un intercambio: la aretí, por un lado y por otro lado una ganancia en el sentido de la educación y, generalmente del saber, la paidea y la sofía.” Sin embargo, “no se es sujeto del amor, se es ordinariamente, normalmente su víctima.” Asimismo, la autora señala haciendo referencia al juego de la morra, que el amor se trata de un puro acontecimiento de encuentro, que se da en el buen momento en que cae el número que habría de acertarse sin saberlo por anticipado. Momento en el que por azar “el amor grita sin saberlo el número que cae justamente en la adición de dos saberes inconcientes.” ¿Cómo lidiar en la práctica educativa con la tendencia a que todo encaje de un modo atemperado en la producción intelectual? ¿Qué lugar resta en la misma para un puro acontecimiento de encuentro, para el amor?

En consonancia con la propuesta de Fernández, Brett Levinson, panelistas en la Conferencia sobre Postliteratura de la Universidad de Michigan, en entrevista con los miembros del grupo editorial de la revista Tiresias, sostiene que no puede darnos una respuesta a nuestra pregunta: “¿Cómo podemos pensar hoy, desde nuestra práctica cotidiana, un proyecto intelectual y cómo esto se podría ligar a una práctica política?” Para explicarse reformula nuestra pregunta en las siguientes palabras: “Lo que nos estas preguntando se puede proponer así: ‘¿Cómo me enamoro?’, ‘how do I fall in love?’ Y hay una respuesta fácil, encuentras encuentros, encuentras encuentros, porque amor aquí simplemente es libertad. There’s no manual of instructions for your freedom, we can’t give you your freedom. We don’t know how to give you your freedom. There’s no manual of instructions for you to fall in love. Except, keep finding encounters. Is as simple as that. Would that leads to love? We do know, but is probable a condition of possibility (…) And encounters are very weird, very weird, even the encounter of Borges and some other figure, is very weirdly done in the way it is an actual encounter (…) I don’t think is any difference from what you doing with literature, you are opening to encounters.

¿Qué práctica de enseñanza puede ser fiel a esta concepción del trabajo intelectual? Fernández, propone que en la enseñanza lacaniana, los neologismos hacen su estilo de transmisión, donde sumados al chiste, la poesía, y a otras formaciones de lenguaje como la matemática, tienen la misma perspectiva de abrir a un real a través de su metalenguaje. Estas formaciones de lenguaje brindan la posibilidad de hablar del lenguaje en otra lengua, aún sabiendo que no hay metalenguaje, sino, un embrión de metalenguaje, que se derrapa siempre por no poder dejar de ser una lengua más en la serie de lenguas encarnadas. En suma, los neologismos, el chiste, la poesía al igual que las matemáticas constituyen un metalenguaje que apunta el equívoco en que cada uno se distingue abierto a la singularidad de un encuentro. He aquí una alternativa para “evocar la falta que constituye todo el valor de la propia obra figurativa”, lo que “sería alcanzar el efecto propio de lo que es precisamente una enseñanza.”

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