Marcelino Viera (University of Michigan)
Mauro Marchese nos propone reflexionar en torno al/los cuerpo/s y su relación con la palabra. El significante que habitaba en aquellos cuerpos de los anarquistas de fines del siglo XIX y principios de siglo XX en Argentina (¿Uruguay?), oficia de resistencia a la alienación del O/otro (con mayúscula y minúscula, es decir sea esta representada en el Estado o en el hombre vestido de azul que podría vivir en la esquina de cada barrio), se constituye en una metáfora de la autoenunciación, o como lo llama él de “autodignificación”.
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Este trabajo que Mauro nos presenta me hace reflexionar sobre el cuerpo, en palabras psicoanlíticas, en lo Real de este. ¿Dónde va a parar el cuerpo en tanto que cuerpo, ese… al que Freud sexualizó y que Mauro lo carga de Significante? Propongo reflexionar en estas líneas sobre un cuerpo negado (no en el sentido hegeliano) a su propio carácter de inmanente. Y a su vez, como metáfora de la escritura, una letra negada en su inmanencia también.
Los tres registros lacaneanos son una maquinaria en movimiento que tienen el carácter de tal (lacaneano), ya que respetan la lógica que los sustenta. Los registros que Lacan aportó al pensamiento están supeditados uno a los otros. Uno sin el otro no puede ser, ya que de hacerlo ek-siste al pensamiento lacaneano.
La propuesta de Mauro encierra este ek-sistir en la inauguración de algo más: una interpretación que da a los anarquistas una auto[s]ignificación. Convirtiéndose el mismo paper en la lógica de la ek-sistencia del orden lacaneano que trae a colación la presencia de la ausencia insistente, y que a mí me gustaría resaltar en su trabajo, en tanto este es letra. Ha de convertirse su trabajo, entonces, en metáfora de un cuerpo sin vestimentas.
Un cuerpo puede resistir a la abrumadora presencia del Otro en las condiciones más abyectas (al igual que un texto literario se ofrece a las más violentas interpretaciones de los críticos literarios). Esta resistencia, según nos plantea Mauro, es desde aquellos Significantes que, tal vez en un acto de amor, fueron cedidos en la violencia inaugural, primitiva, y ya olvidada pero presente y actuante. Al igual que el autor que inaugura su texto en un acto primitivo, se hace un autor olvidado, no existente pero presente y actuante.
“Por la causa” decían los revolucionarios de antaño para darse valor en la lucha. Es decir que al final de la lucha (una vez acabada la lucha) la “causa” se re-encontraría con su fin/meta, por lo que el objeto de su causa no esta atrás de ellos sino que ya está pronto adelante en el horizonte de la lucha. La “autosignificación” es la causa que mantiene la promesa viva; es una lucha, aunque perdida ya, prometedora de libertad. Lo mismo ha sucedido con la relación lector-escritor. Muchas veces nos enfrentamos a comentarios tales como: “el texto es una conexión entre el pasado y el futuro donde el lector y escritor llegan a una ‘comunión’”. Escritor y lector llegan a un final juntos, de encuentro y por ende de totalidad.
Pero no obstante esta violencia no es el cuerpo, ni el texto, sino la cicatriz abierta en él. El intrigante cuerpo de uno, del otro, no es ese del Significante gravado a fuego en la piel. Sino es el cuerpo de las pulsiones, de los placeres y dis-placeres, de la carne doliente, suave y sensual. La cicatriz abierta es la entrada a ese cuerpo desde un orden que establece la materialidad del significante y que actúa de resistencia y a su vez de empuje. Si existe un Significante que puede herir es porque hay cuerpo al que herir, hay un cuerpo desnudo de cuerpo, desnudo de todo significante, un cuerpo desanudado “already” para ser anudado a un imaginario y simbólico. Si hay un texto que escribir es justamente porque hay una materialidad desnuda de significantes e imágenes que impone su escritura.
Desde la propuesta de Mauro me permito reflexionar sobre nuestra práctica intelectual, cotidiana, que nos inunda de palabras sin anclajes ya que los significantes en su propia materialidad ganan el reino del pensamiento como también el de una acción supeditada a ellos (de ahí los famosos “speech acts” de Austin como ejemplo). Aplazan en su largo dilatar del tiempo, a la práctica misma para actuar performativamente (tal vez, actuar performativamente la práctica sea la práctica, por lo que de ser así deberíamos dejar de hablar de la práctica y brindarle el carácter de seriedad que merece y no resaltar su rostro bufonesco…). Los actos del habla que trastoquen, que desplacen y desarticulen una política administrativa de los medios de producción, son también parte del carácter performativo que aleja a los individuos de su compromiso con su deseo. Ya que el deseo, tal como lo entendemos en psicoanálisis, no puede definirse sino a partir de una ley, de un límite que suspende su satisfacción en algo más allá, pero más acá en el cuerpo. No niego el carácter potencial de la materialidad del significante, de la musicalidad que él desprende, pero una nota no es sino en relación al silencio, a un tiempo que el artista lee desde otra dimensión (la de lo in-imaginado y in-nombrado): la del amor.
Los tres registros lacaneanos son una maquinaria en movimiento que tienen el carácter de tal (lacaneano), ya que respetan la lógica que los sustenta. Los registros que Lacan aportó al pensamiento están supeditados uno a los otros. Uno sin el otro no puede ser, ya que de hacerlo ek-siste al pensamiento lacaneano.
La propuesta de Mauro encierra este ek-sistir en la inauguración de algo más: una interpretación que da a los anarquistas una auto[s]ignificación. Convirtiéndose el mismo paper en la lógica de la ek-sistencia del orden lacaneano que trae a colación la presencia de la ausencia insistente, y que a mí me gustaría resaltar en su trabajo, en tanto este es letra. Ha de convertirse su trabajo, entonces, en metáfora de un cuerpo sin vestimentas.
Un cuerpo puede resistir a la abrumadora presencia del Otro en las condiciones más abyectas (al igual que un texto literario se ofrece a las más violentas interpretaciones de los críticos literarios). Esta resistencia, según nos plantea Mauro, es desde aquellos Significantes que, tal vez en un acto de amor, fueron cedidos en la violencia inaugural, primitiva, y ya olvidada pero presente y actuante. Al igual que el autor que inaugura su texto en un acto primitivo, se hace un autor olvidado, no existente pero presente y actuante.
“Por la causa” decían los revolucionarios de antaño para darse valor en la lucha. Es decir que al final de la lucha (una vez acabada la lucha) la “causa” se re-encontraría con su fin/meta, por lo que el objeto de su causa no esta atrás de ellos sino que ya está pronto adelante en el horizonte de la lucha. La “autosignificación” es la causa que mantiene la promesa viva; es una lucha, aunque perdida ya, prometedora de libertad. Lo mismo ha sucedido con la relación lector-escritor. Muchas veces nos enfrentamos a comentarios tales como: “el texto es una conexión entre el pasado y el futuro donde el lector y escritor llegan a una ‘comunión’”. Escritor y lector llegan a un final juntos, de encuentro y por ende de totalidad.
Pero no obstante esta violencia no es el cuerpo, ni el texto, sino la cicatriz abierta en él. El intrigante cuerpo de uno, del otro, no es ese del Significante gravado a fuego en la piel. Sino es el cuerpo de las pulsiones, de los placeres y dis-placeres, de la carne doliente, suave y sensual. La cicatriz abierta es la entrada a ese cuerpo desde un orden que establece la materialidad del significante y que actúa de resistencia y a su vez de empuje. Si existe un Significante que puede herir es porque hay cuerpo al que herir, hay un cuerpo desnudo de cuerpo, desnudo de todo significante, un cuerpo desanudado “already” para ser anudado a un imaginario y simbólico. Si hay un texto que escribir es justamente porque hay una materialidad desnuda de significantes e imágenes que impone su escritura.
Desde la propuesta de Mauro me permito reflexionar sobre nuestra práctica intelectual, cotidiana, que nos inunda de palabras sin anclajes ya que los significantes en su propia materialidad ganan el reino del pensamiento como también el de una acción supeditada a ellos (de ahí los famosos “speech acts” de Austin como ejemplo). Aplazan en su largo dilatar del tiempo, a la práctica misma para actuar performativamente (tal vez, actuar performativamente la práctica sea la práctica, por lo que de ser así deberíamos dejar de hablar de la práctica y brindarle el carácter de seriedad que merece y no resaltar su rostro bufonesco…). Los actos del habla que trastoquen, que desplacen y desarticulen una política administrativa de los medios de producción, son también parte del carácter performativo que aleja a los individuos de su compromiso con su deseo. Ya que el deseo, tal como lo entendemos en psicoanálisis, no puede definirse sino a partir de una ley, de un límite que suspende su satisfacción en algo más allá, pero más acá en el cuerpo. No niego el carácter potencial de la materialidad del significante, de la musicalidad que él desprende, pero una nota no es sino en relación al silencio, a un tiempo que el artista lee desde otra dimensión (la de lo in-imaginado y in-nombrado): la del amor.
Es cierto que este reflexionar traza una línea de distinción delicada con los latinoamericanistas que han hecho del campo un campo de pensamiento. Gracias a ellos hoy podemos abordar a ese significante “Latinoamérica” desde nuestro cuerpo que no deja de no escribir. Y como Mauro nos ha mostrado, siempre lo hace desde las marcas, desde las herida… mas yo quisiera agregar: desde las heridas en un cuerpo in-imaginable, in-nombrable y ek-sistente.
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